El caos reinó a sus anchas durante la tarde de ayer en El Bajo. Corridas y gritos por todos lados, y hasta un tenue perfume de gas pimienta, que molestaba la respiración. En medio de esta confusión, una cosa estaba clara: la autoridad policial había sido relegada a un segundo plano, y en la zona mandaban los vendedores ambulantes.

Con palos, piedras y cadenas se habían organizado para su autodefensa. Algunos gritaban las órdenes, y un verdadero ejército las cumplía sin chistar. No terminaba de nacer el rumor de que en la esquina del pasaje Sargento Gómez y avenida Benjamín Aráoz querían saquear, y ya los ambulantes corrían hacia allí, lanzando fieros gritos y blandiendo sus improvisadas armas. Si a los pocos minutos oían que los presuntos saqueadores estaban por actuar en Crisóstomo Álvarez y avenida Sáenz Peña, ya partían raudos hacia la ochava, listos para acometer a aquellos. Hasta mujeres y chicos empuñaban elementos para la defensa de sus puestos de venta.

En medio, la Policía era un actor de reparto. Los agentes se movían, al ritmo de los ambulantes; pero sus voces no surtían en la gente el mismo efecto que las palabras de los feriantes. El grupo de ambulantes a cargo de la autodefensa comenzó a ganar su autoridad a eso de las 17, cuando repelió a unos 50 jóvenes que, sin embargo, lograron hurtar mercadería -en especial, de ropa- de los puestos de la ex terminal. Según confirmó el propio ministro de Seguridad Ciudadana, Jorge Gassenbauer, quienes llevaron adelante el saqueo no tenían más de 22 años.

A partir de ahí, la alerta de los vendedores ambulantes se hipersensibilizó. Bastaba que un transeúnte apurara sus pasos para que fuera confundido con un eventual saqueador y avanzaran sobre él. Incluso, un grupo grande de ambulantes pretendió cortar el tránsito para que la zona no resultara más caótica. Finalmente, y debido a la intervención de los uniformados, desistieron de hacerlo.

La Policía, de hecho, también debió intervenir en la confusión, para que nadie saliera golpeado. Para ello, sin embargo, en una ocasión arrojó gas pimienta, lo que causó que un par de mujeres mayores de edad se descompusieran. Una de ellas sufrió un desmayo, aunque el incidente duró unos pocos minutos

La Policía detuvo cuatro menores. "Los llevamos a la seccional Iª, más que nada para resguardar su integridad física", explicó el oficial Carlos Giardino. Agregó que el accionar de los uniformados se enmarcó en el operativo Felices Fiestas; actuaron agentes de las patrullas Urbana y Motorizada y de Caballería. Fuentes policiales contaron a LA GACETA que los menores, que se habían apoderado de un par de zapatillas, fueron puestos a disposición de la Justicia, que ordenó la entrega a sus padres.

La solidaridad caracterizó a los ambulantes durante toda la tarde. No resguardaban sólo el puesto propio, sino toda la manzana de la ex terminal. Incluso, cuando la tensión aminoraba y comenzaba a reinstalarse la calma, organizaron un cordón de protección sobre toda la avenida Benjamín Aráoz, entre avenida Sáenz Peña y pasaje Sargento Gómez. Los policías organizaron un cordón simultáneo, un metro por delante de los vendedores. Los responsables de los uniformados solicitaban a los integrantes del cordón de autodefensa de los vendedores que no mostraran de manera amenazante los palos, las piedras y las cadenas.

Hacia la normalidad
Minutos antes de las 20 todo comenzó a normalizarse. En parte, se debió a un informe que trajo un vendedor, que había ido a ver qué pasaba en el centro. Este dio la venia para que se reabrieran los puestos, que en los momentos del pico de tensión se habían cerrado apresuradamente. No obstante, algunas cuadrillas se encargaban de dispersar sin violencia a los grupos de desconocidos que estacionaban cerca del predio. 

De todos modos, la situación de ayer funcionó como un ensayo para los ambulantes. "Mañana vamos a estar preparados, como lo estamos ahora. Vamos a repetir las guardias y los cordones, porque siempre están los que quieren venir a hacer daño", le dijo a LA GACETA el vendedor Juan Pablo Juárez.

Semejaba un mojón, al costado de la ruta. La mirada sin brillo de Genaro Acosta se dirigía hacia unos pocos cartones, que cubrían los restos del cuerpo sin vida de su hijo. Su rostro no mostraba ninguna expresión, lo que no era otra cosa que la peor manera de expresarse. "No sé nada; yo estaba trabajando en mi casa cuando me avisaron. Él vive en barrio 11 de Marzo, y hoy había venido a visitarnos", le contó a LA GACETA, con el tono de voz apagado.

Los vecinos de la zona de Amadeo Jacques y autopista de Circunvalación, espectadores de la cruel escena, contaron que Ramón Rosario Acosta (40 años) había sido aplastado por un camión, a eso de las 20 de ayer. No supieron decir de qué camión se trataba, porque su conductor decidió no detenerse. Una versión anónima admitía que Acosta había sido la circunstancial víctima de un intento de saqueo.

Versión
Según narraron algunos testigos, que se negaron a identificarse, un grupo de personas se había abalanzado hacia la ruta cuando se aproximaba el camión, con la intención de obligar al chofer -que manejaba su vehículo de sur a norte, por el carril de la derecha- a frenar para que puedan saquear la carga. El conductor -siempre de acuerdo a la versión de los vecinos- no sólo no aminoró su marcha, sino que aceleró al tiempo que volanteó para cambiar de carril y, de ese modo, esquivar el ataque. Fue entonces cuando atropelló a Acosta, que esperaba para cruzar la ruta. 

Para obligar a detener a los vehículos, que seguían transitando por la autopista, los vecinos improvisaron una barricada con cajones y con bolsas de basura.

Consultados por LA GACETA, policías reconocieron que manejaban la versión de cómo había sucedido el accidente que contaron los vecinos. Pocos minutos después de ocurrido el siniestro llegaron al lugar agentes de la seccional 11ª, a cargo del comisario Américo Salas. Estos fueron asistidos por personal de criminalística, que realizó los peritajes de rigor. Inmediatamente ocurrido el hecho, la Policía inició la búsqueda del camión. De acuerdo a lo que dijeron los testigos, no se trataba de un vehículo de gran tamaño; pero no pudieron dar mayores detalles, debido a lo conmocionados que habían quedado.

De fondo, casi en forma constante, se oían los gritos y los llantos nerviosos de algunos familiares de Acosta que iban llegando, avisados por conocidos que vivían en las cercanías del lugar del accidente. Eran contenidos por vecinos y por el propio Genaro Acosta, que debió reprimir su propio dolor para menguar el de sus parientes. Un centenar de personas observaba la escena, en un respetuoso silencio.

Los automovilistas que circulaban por la ruta eran desviados por los agentes. Aminoraban todavía más la velocidad, para espiar las consecuencias de lo ocurrido.